lunes, 2 de septiembre de 2013

Estoy sentada en un banco con una pierna de cada lado. El padre de la criatura sube y al verme exclama: "Estás hecha toda una embarazada!". Y sí: la acidez llega al extremo de provocarme espasmos en el esófago, ya sé que el efecto dura 12 horas durante las cuales deseo una muerte veloz y que todo pase.
No soy del tipo "quejosa". En general, desde que se nota la panza, suelo estar entre radiante y un poco somnolienta, pero de buen humor.
Y después está la escuela y los chicos. Tema aparte.
Algunos lo adivinaron, pero yo me hice la tonta hasta que pasé el hito de la ecografía de la semana 13 y entonces, después de las vacaciones de invierno, les conté. Ahora los más grandes me cuidan mucho ("Seño, te traigo un vaso de agua? Te alcanzo tus libros?") y los más pequeños preguntan con curiosidad acerca del sexo, nombre, tamaño y parientes de la venidera beba. 
El grupo que me resulta particularmente conflictivo, los alumnos de 4° grado, me ponen muy nerviosa y ya han logrado que se me ponga la panza dura, más de una vez. Esto me asustó y llegue a pensar y desear una temprana licencia; ya desarrollaré esa idea a ver en qué termina. 
Pero todos, desde mi vecina que se dio cuenta recién hoy, hasta mi marido que fue el promotor principal de este hecho, pasando por alumnos, cajeras de supermercado, parientes y conocidos, me lo confirman con palabras: estás (re) embarazada.
Me ayudan, porque yo tampoco me convenzo... y no me quedan muchos meses en este estado.

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