lunes, 2 de septiembre de 2013

Estoy sentada en un banco con una pierna de cada lado. El padre de la criatura sube y al verme exclama: "Estás hecha toda una embarazada!". Y sí: la acidez llega al extremo de provocarme espasmos en el esófago, ya sé que el efecto dura 12 horas durante las cuales deseo una muerte veloz y que todo pase.
No soy del tipo "quejosa". En general, desde que se nota la panza, suelo estar entre radiante y un poco somnolienta, pero de buen humor.
Y después está la escuela y los chicos. Tema aparte.
Algunos lo adivinaron, pero yo me hice la tonta hasta que pasé el hito de la ecografía de la semana 13 y entonces, después de las vacaciones de invierno, les conté. Ahora los más grandes me cuidan mucho ("Seño, te traigo un vaso de agua? Te alcanzo tus libros?") y los más pequeños preguntan con curiosidad acerca del sexo, nombre, tamaño y parientes de la venidera beba. 
El grupo que me resulta particularmente conflictivo, los alumnos de 4° grado, me ponen muy nerviosa y ya han logrado que se me ponga la panza dura, más de una vez. Esto me asustó y llegue a pensar y desear una temprana licencia; ya desarrollaré esa idea a ver en qué termina. 
Pero todos, desde mi vecina que se dio cuenta recién hoy, hasta mi marido que fue el promotor principal de este hecho, pasando por alumnos, cajeras de supermercado, parientes y conocidos, me lo confirman con palabras: estás (re) embarazada.
Me ayudan, porque yo tampoco me convenzo... y no me quedan muchos meses en este estado.

domingo, 30 de junio de 2013

Asumir y aceptar

Hace dos días viví un hito importante para toda embarazada: la ecografía llamada TN (translucencia nucal) que se realiza al final del primer trimestre, el más crítico. Además de ver que la criatura está, se mueve, late su corazón y tiene todas sus partes, hacen mediciones varias que arrojan resultados y probabilidades respecto de las peores enfermedades y problemas que pudieran surgir. 
En mi caso, además, era una prueba de fuego tras la cual empezaríamos a hacer público y oficial el embarazo. No más ropas holgadas para disimular ni caras de poker ante comentarios sugerentes. 
Y si bien no fue la primera ocasión en la que vimos al ¿feto?, en las anteriores no se me movió un pelo y en ésta lloré como una niña de 5 años. 

Mi marido dice que el padre empieza a serlo solo cuando ve al bebé nacer, y que en cambio la madre es madre desde que lo tiene en la panza. No sé cuánto hay de eso. Una sabe que está ahí, el cuerpo lo sabe, pero la pancita apenas se nota, y si no fuera por algunos síntomas (sueño, hambre, un poco de asco ante ciertos olores) podría decirse que todo sigue igual.
Pero no, ya nada es igual.
Y creo que parte de mi llanto desconsolado tuvo que ver con eso, con el aceptar que nada sigue igual. Quizás al ver la imagen que me mostraba la pantallita asumí y acepté que ya soy mamá, o que estoy empezando a serlo. Suena un poco cursi y un poco "demasiado", pero así se sintió.

Unas horas más tarde les dí la noticia a mis colegas maestras. Me llenaron de abrazos y de palabras lindas, una de ellas hasta lagrimeó. Ya calcularon más o menos hasta cuándo voy a trabajar y me relevaron en los recreos para que pudiera descansar. También es lindo aceptar un mimo de vez en cuando.

martes, 11 de junio de 2013

Algo se esconde debajo de ese delantal

Hace mucho que no escribo, hacía mucho que no tenía mi propia computadora. Eso, o mi trabajo se volvió rutina, quién sabe.
La verdad es que si el 2012 fue tranquilo, este año se presentó inusual, lleno de baches y curvas, y también de bajaditas divertidas.
En enero nos mudamos. En febrero perdí un embarazo. En marzo estuve de licencia y luego me reincorporé a la escuela. En abril nos casamos, en mayo volví de luna de miel y descubrí que estaba embarazada. De nuevo. 
A partir de ahí cambia la perspectiva de todo: ir a trabajar cuesta más, porque tengo sueño todo el día, porque el hambre acecha a la vuelta de la esquina, porque pienso en bebés y en nombres y en cunas y dónde vamos a poner la cuna si no hay cuarto del bebé. Difícil ya pensar en planificaciones, en pruebas, en cierres de bimestre. De repente una alumna me pregunta: Seño, estás embarazada? Y yo no sé cómo se dan cuenta, si no pongo cara de náuseas, ni falto, ni anuncio que hoy me voy a hacer una ecografía, si nadie lo sabe. No sé, ellos saben. Leen mentes.
El delantal me permitirá disimular hasta el... cuarto? Quinto mes?
Mientras tanto, con bastante miedo, curso la semana 11° que arranca en casa: conjuntivitis. No me muero de ganas de volver a la escuela, es la verdad.
Sí espero volver a esta sana costumbre de la catarsis escrita.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Entrar en las casas

Hoy, por primera vez en mi breve carrera docente, entré en la casa de un alumno. La mamá me pidió que ayudara a su hijo mayor (hermano de mi alumnito) con algunas clases de apoyo de italiano. 
A pesar del esfuerzo que implica ir a dar una clase a domicilio una vez finalizada la jornada en la escuela, fue una experiencia más interesante de lo que creí que podría ser.
Conocer dónde y con quién vive Nico (mi alumno), tomar el té que su mamá me preparó, escuchar un poco de su historia, me abrió una dimensión antes desconocida o poco explorada. Y me fui pensando que, aunque parezca algo obvio, no siempre lo vemos: detrás de cada alumno hay una vida, una familia, un hogar que los forma y los define. 
Cuando una trabaja no tantas horas en una institución, y con muchos chicos cada día, conocer cada una de esas historias en detalle sería una utopía. Pero cómo ayudaría. 
Las maestras especiales (es decir, de materias especiales) nos enteramos, casualmente y en charlas que se dan en la sala de maestros, de cosas que quizás deberíamos saber antes de tratar a los alumnos. Unos padres que se están separando, un papá que se suicidó, una niña que en realidad fue criada por sus tíos, un chico que repitió dos años porque su mamá es depresiva y nunca se ocupó de él. 
En esas historias, la escuela es sólo una parte. La clase de italiano, una sub-partecita ínfima. Imposible pretender, en ese espacio mínimo, entrar en tantas casas.
Admiro cada vez más a las maestras de grado, esas segundas madres que lidian con treinta y pico de mundos todos los días.

lunes, 5 de marzo de 2012

Volver, con la frente alta

El 2011 se fue, llegaron las vacaciones y también ellas se fueron. Todo pasa.
Y empezamos un 2012 polémico.

Al parecer, quienes vivimos (total o parcialmente, como es mi caso) de la docencia, deberíamos agradecerle a la Providencia, al ministerio y a los santos evangelios haber recibido la gracia de contar con tres meses de vacaciones por año.
De hecho, hasta nuestra presidenta (a quien voté orgullosamente y a quien apoyo en casi todas sus movidas) nos trata de ingratos. Se ve que no deberíamos discutir nuestro salario, porque somos muy afortunados al trabajar sólo 4 horas por día, 9 meses al año.
Y si bien yo no soy maestra de grado, es decir que no soy de las que toman un cargo que implica estar al frente de un sólo curso todos los días, sí estoy con muchos niños por semana y cumplo casi con las horas que realiza una maestra con ese cargo.
Los docentes especiales somos todos los que dictamos una materia especial: inglés, música, plástica, italiano (en mi caso), es decir las que no pertenecen a las cuatro áreas de la educación básica primaria. Y como tales, debemos rotar continuamente: de 4º grado a 7º, luego a 5º y quizás nos agregan horas de jardín de infantes o secundaria. Todo sea por sumar horas y llegar a un sueldo digno.
Y para esto nos pasamos mucho tiempo preparándonos y preparando las clases. Recortamos cartulinas, sacamos fotocopias, armamos un juego de la oca gigante, nos sentamos a pensar cómo presentar un tema difícil. Ponemos malas notas cuando los alumnos se mandan alguna, tenemos entrevistas con los padres fuera del horario de clase, debemos entregar planificaciones y llenar un libro de temas cada día. Y además, claro, lidiar con todo lo que sucede en un aula con 34 niños con 34 realidades diferentes, 34 demandas, 34 vocecitas.
Además este año trabajamos desde el 13 de febrero hasta el 28 de diciembre.
Así que, cuando escuchen a alguien que dice "Eh... de qué se quejan? Si tienen un montón de vacaciones y trabajan re pocas horas!", no sean tan ingenuos. Piensen en la responsabilidad que afrontamos cada día, en la sonrisa obligada, llueva o truene, y el amor que nos sigue empujando a bancarnos todo eso.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El viernes fue el último día que tuve clases con los niños.
Las próximas semanas serán de cierre de notas, ensayos para el acto de fin de año, algún recuperatorio que quedó pendiente.
Y así, entre malabares, caídas y tropezones, se pasó todo el año lectivo.
Siento un gran alivio. No sólo por las vacaciones que se vienen, sino porque - bien o mal - de alguna forma, sobreviví.
Sobreviví a la adaptación, al cambio, a los altibajos, a los padres, a la lluvia, al calor agobiante.
Habrán aprendido un poco menos de lo que podían. Habré trabajado un poco peor de lo que debía. Quizás en la mayor parte del tiempo lo hice en "piloto automático", aun sabiendo que mi potencial me permitía algo más.
Pero el balance es bueno. Acá estamos.
En dos semanas tengo que presentar mi autoevaluación como docente y tener una reunión individual con la directora. Me parece un momento muy interesante de la profesión.
Tengo muchas ideas para el año que viene.


Ah! Y tengo dos sobrinos hermosos que están esperando que me libere para tener tiempo e ir a cuidarlos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

La clase abierta

En las escuelas privadas existe una maldita costumbre: la clase abierta. Abierta a las familias, claro.
Hoy fue mi primera vez, y como me gustan las emociones fuertes decidí hacer las de todos los grados el mismo día (cada una en su respectivo horario). Porque si me voy a estresar, que sea sólo un día, no?
Luego de sobrevivir a la experiencia y habiendo llegado sana y salva a casa, no dejo de sorprenderme con la gran variedad de familiares que conforman ese componente de la comunidad educativa. Descubrí, entre la muchedumbre de mamases y papases normalitos, varios prototipos antes desconocidos para mí, y a continuación se los comparto:

- La mamá canchera: viene a la clase abierta lookeada, se cree más joven de lo que es. Masca chicle e indefectiblemente es la primera en levantar la mano cuando pido un familiar voluntario para una actividad.
- La mamá-alumna: se sienta al lado de su hijo (son siempre madres de hijos varones, parece) y responde a las preguntas y consignas como si fuese una más en la clase. Estudia con su chiquitín de 12 años para las pruebas, así que se sabe todos los verbos. También está la versión charlatana, hay que pedirle silencio en medio de la clase, qué vergüenza señora.
- La mamá examinadora: llega tarde, saluda con beso y sonrisa (más falsa que billete de 8 pesos), se sienta al fondo, junto a su chiquito abanderado, se cruza de brazos y observa. No participa sino para hacer alguna crítica destructiva (en plena clase, ¿te parece mami?) y no te saca los ojos juiciosos de encima. Más vale perderlas.
- La mamá increpadora: no dice nada durante la clase abierta, pero cuando toca el timbre se acerca para saber cómo va a ser la prueba integradora (hola, tu hijo tiene 11 años, que pregunte él) y de paso te desliza que este año por primera vez lo tuvo que mandar a profesora particular y pagar por que alguien le explique lo que no entendió en la escuela. Mami, ¿no ves que tocó el timbre y nos estamos yendo todos? ¿Y te parece venir con ese planteo un 17 de noviembre? Respuesta: sentalo a estudiar y lo que no entienda, que me pregunte en clase. Fin de la historia.
- El papito: es el único padre entre madres y abuelas, llega con sonrisa entradora, un metro ochenta y pico de belleza y ojos azules. Se presenta con cierta galanería: hola, soy el papá de Santi. Pasá, acomodate papi, digo papá de Santi. Nos recuerda que incluso la maestra debe estar siempre presentable.

Ojo, también hubo madres y abuelas amorosas, que filmaron, sacaron fotos, se coparon cantando con sus niños y me llenaron de piropos. A ellas un enorme gracias. A sus niños todo mi amor.