¿Y si no quiero volver?

Creo que me está gustando esto de ser ama de casa.

Me levanto ya sola, escucho a Víctor Hugo mientras tomo un café con leche, lento, con tostadas. Lavo los platos, leo mails, leo diarios, mientras sigo escuchando la radio. Me gusta la sensación del sol entrando por la ventana de la cocina (aunque hace varios días que no se deja ver), me gusta saber que afuera hace frío, pero que no es mi problema porque yo no tengo que salir.

Adelanto trabajo si quiero, alguna traducción que tenía olvidada. Ordeno la ropa limpia, huelo cada remera antes de doblarla. Saco las hojas amarillas del potus, limpio la mesada. Si estoy de ánimo, barro el piso.

Y así se me pasa el día. Puedo elegir qué programas ver en la tele, si me baño a la mañana o a la noche. Me tomo mi tiempo, disfruto el silencio.

En algún momento se me ocurre que esto no es eterno. Esta no es mi realidad. Que estoy de licencia por una mísera gripe, que en algún lugar estoy faltando. Ah, sí: la escuela. Y me entra como una fobia, una fiaca corporal, resistencia física. Respiro, porque me quedan varios días aún.

Pero una parte de mí teme no querer volver a salir.

(Nunca funciona. Después de una semana empiezo a caminar por las paredes y salgo adonde sea)